lunes, 24 de noviembre de 2008

Notas Narcóticas (I)

Hoy quiero empezar una serie de entradas dedicadas a la música. Y no es que haya intercambiado la personalidad con el Patxi, es que voy a hablar de los vínculos entre los estupefacientes y las melodías. Siento mucho esta tardanza al actualizar, es que esta semana he sufrido mi primer ataque virus en el ordenador y no he podido subir entradas porque cada vez que encendía la máquina me aparecían montones de ventanas avisándome del peligro que corrían mis claves y contraseñas; y no es una excusa, es una putada.
Pero vamos a lo que vamos: la música como arte, y junto al cine o la literatura, muchas veces sirve para abstraer la mente del hombre. Conduciendo frenéticamente las conciencias entre los contundentes acordes del punk-hardcore o dejándolas fluir entre las deliciosas melodías de Dvořák, la música es vehículo de ideas y sentimientos. El ritmo puede elevar al ser humano hacia diversas cimas espirituales. Pero, desde los Rastafaris jamaicanos hasta los punks de Euskadi, se ha recurrido siempre a los narcóticos, los alucinógenos, y las drogas en general para alcanzar esos “estados elevados” de conciencia.

Así que quiero empezar esta serie hablando de los archiconocidos Rastas, la música reggae y la marihuana. Todos conocemos el reggae, o al menos lo hemos oído mencionar en los 40 principales a modo de curiosidad musical, después de que a algún artista en mayúsculas se le ocurra excretar una canción que diga que se parece o versiona el ritmo de los Wailers.
Una melodía llevada a los oídos de medio mundo de la mano de Bob Marley, convertido en icono cultural tras su muerte. La relación existente entre la marihuana y el reggae se debe a la religión Rastafari, profesada por Marley además de otros cantantes y celebridades provenientes de los estratos más pobres de Jamaica. Los rastas usan marihuana (o ganja, como ellos la llaman) como ayuda para la oración y la meditación, como los sahumerios de incienso que se queman en las iglesias católicas y que ayudan a las ancianas a alcanzar el éxtasis divino a través de lo que ellas creen que es el dulce olor de Dios. Para los rastafaris la marihuana, de manera parecida al caso de las señoras mayores en éxtasis, no es más que un método de acercamiento a su divinidad, a la que llaman Jah.

No obstante, como en todo, nunca hay que generalizar cuando decimos que los rastas y los cantantes de reggae son todos unos fumones. Tal es el caso de Lucky Dube, cantante de reggae nacido en Sudáfrica y trágicamente asesinado en 2007. Dube, al contrario que sus homólogos, ya que llegó a ser referente del género con 21 discos publicados, nunca fumó yerba, tampoco consumió nunca alcohol ni ningún tipo de droga; y esto último de ningún modo le hacía peor músico, aquí está la prueba.
Por ello, ahora y siempre, muchas letras de reggae han defendido la legalización de la marihuana (tradicionalmente prohibida en Jamaica), además de otros muchos temas de índole social-reivindicativa. Y lo cierto es que, a pesar de que mucha gente lo desapruebe, ver ascender bocanadas de humo entre los acompasados ritmos del reggae, (jocosos y somnolientos a la vez) puede llegar a ser un auténtico placer digno del mismísimo Epicuro.

jueves, 20 de noviembre de 2008

Fluctuaciones en el precio del placer (o del dolor)


Tan cambiantes como el IPC, los precios de las drogas llegan a decir mucho sobre ellas. A cada kilómetro que avanza la droga, su precio aumenta, pudiendo llegar a multiplicarse por diez o más. Un ejemplo de esto: Un kilo de hachís de calidad media-baja en Marruecos tiene un precio de entre 500 y 1000 euros; una vez llega a Alicante, ese mismo kilo puede llegar a costar alrededor de 1500-2000 euros. Si seguimos subiendo, en Catalunya o Madrid puede llegar a valer más de 3000 euros, medio millón de pesetas. Además, al encontrarse España entre Marruecos y el resto de Europa, ese hachís que en su andadura ibérica va aumentando considerablemente su precio, cuando cruza los Pirineos se convierte en oro puro. En Alemania, Noruega o Reino Unido, ese mismo kilo alcanzaría los 12000 euros perfectamente, así es Europa.
Eso en el caso del hachís; la cocaína también sufre estos aumentos de precio desde que sale de Colombia, Perú, Bolivia o donde la traten, cruzando fronteras sudamericanas y siendo procesada en laboratorios ilegales escondidos en las innumerables selvas de la zona. Desde que sale de Latinoamérica hasta que llega a Europa y EEUU, su precio se multiplica en varias ocasiones, tantas como intermediarios. No obstante, el precio depende fundamentalmente de la calidad, y ésta está directamente relacionada con la distancia recorrida y con el número de intermediarios. Por ejemplo, un kilo de cocaína de Colombia llega a las costas gallegas con un determinado índice de pureza, digamos del 80%. Pues bien, ese 80, al pasar por muchos intermediarios que la cortan con otras sustancias, va descendiendo hasta el punto de alcanzar, una vez llega a Alicante, y como máximo, un 12% de pureza. Comparen. Esto provoca que, en muchas ocasiones, las sustancias con las que se adultera la coca sean las realmente nocivas para los consumidores: ácido bórico, procaína, polvos de talco, amoniaco, manitol

Por ello, la policía debe analizar todo lo que incauta, porque si la sustancia tiene una pureza alta el delito contra la salud pública es mayor, cosa que debería ser al revés. La alta pureza de una sustancia permite que se necesiten menos dosis para alcanzar los mismos efectos, además de evitar los posibles efectos secundarios derivados de su adulteración. Es evidente que las políticas prohibicionistas, iniciadas por los EEUU a principios del siglo XX, no han hecho más que agravar el problema. El director de documentales canadiense, Ron Mann, recoge este hecho en su documental Grass: La historia de la marihuana en el que expone la lucha contra las drogas del gobierno estadounidense desde los años 30 hasta los 80. Una lucha que ha propiciado el aumento de consumidores de la hierba de la discordia en el primer país del mundo desde que comenzó esta guerra demonizadora. Una guerra de la que algunos aun salimos heridos. Los estados, fingiendo preocupación por la salud de sus gobernados, prohíben y persiguen a las drogas, se incautan y se imponen multas excesivas para el tipo de gente al que van dirigidas la mayoría de veces. Y así, robándole a un chaval de clase baja entre 300 y 6000 euros por fumarse un porro en un parque, el gobierno se siente tranquilo por que ha ayudado a ese muchacho a darse cuenta de que la droga es mala. Y ese chico, que tiene que pagar la multa, y que de su casa no podrá sacar el dinero ¿qué hará? No pagará la multa, teniéndose que enfrentar a la sanción correspondiente; robará para pagarla, incurriendo en un delito mayor que el de escandalizar a una anciana que lo ve fumar desde su ventana; o sencillamente venderá más droga para pagar esa multa. O sea, todo al revés. Porque antes, en el siglo XIX y anteriores, las drogas se vendían legal y controladamente en farmacias. Cierto es también que un conocimiento insuficiente de su nocividad provocaba muertes a menudo. Pero la gente no se sentía tan atraída por los narcóticos porque los tenían al alcance de la mano, cosa que con las prohibiciones aumentó su magnetismo por considerarse una transgresión. Al final, el primer país en declarar la guerra a las drogas, Estados Unidos de Norteamérica, ha acabado ocupando posiciones preferentes en el ranking de principales productores mundiales de marihuana. Lo que son las cosas.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Omnímodo en el tema


Veo necesario dedicarle una entrada a Antonio Escohotado. Lo creo necesario porque recurriré a menudo a su página web para explicar muchas cosas. Escohotado es un erudito en cuanto a drogas se refiere. Escribió una monumental enciclopedia sobre sustancias psicoactivas, la Historia General de las Drogas, que con sus tres volúmenes y mil quinientas páginas se ha convertido con los años en uno de los mejores compendios sobre drogas jamás escritos. Traducida a seis idiomas, la Historia General de las Drogas está escrita con una erudición sin precedentes y con una proximidad divulgativa contraria a los ensayos convencionales. Porque, en realidad, es una mezcla entre enciclopedia y ensayo. Efectúa diferentes contextualizaciones históricas de las sustancias, abordando sus aspectos sociológicos, mitológicos, culturales, religiosos...
Escohotado, de formación humanista, no apoya sus argumentos en los efectos descritos por los médicos en sus manuales. Ha probado todas las drogas sobre las que ha escrito, relatando sus experiencias y sensaciones.
Sería fácil acusarle de hacer apología de las drogas, cierto és que está en contra del prohibicionismo en materia de drogas, pero de ahí a que las recomiende hay un largo trecho. Su filosofía se expresa con la siguiente cita: "de la piel para dentro empieza mi exclusiva jurisdicción... Soy un estado soberano, y las lindes de mi piel me resultan mucho más sagradas que los confines políticos de cualquier país". Porque el paternalismo estatal nunca ha logrado erradicarlas, al contrario: El prohibicionismo en materia de drogas es -cada vez más- un remedio que agrava el mal en lugar de evitarlo; su vigencia sostiene imperios criminales, corrupción, envenenamiento con sucedáneos y meros venenos, hipocresía, marginación, falsa conciencia, suspensión de las garantías inherentes a un Estado de Derecho, histeria de masas, sistemática desinformación y -cómo no- un mercado negro en perpetuo crecimiento..

Aquí dejo la dirección de su página web, y más arriba el enlace a la wikipedia, que a falta de una biografía mejor, el artículo que hay sobre él está bastante completo:
http://www.escohotado.org

Blanca y dulce cocaína


En esta primera entrada formal del blog, y dado que de momento no dispongo de ninguna imagen propia para mostrar, quiero comenzar hablando del estupefaciente en cuyo consumo ostentamos el record mundial. La cocaína.

Farlopa, oro blanco para más del tres por ciento de la población, blanca mierda para el resto, rompe tabiques nasales a la misma velocidad que destroza familias. Completamente adulterada, mezclada con inimaginables sustancias que engordan su volumen y su peso. Simulando con productos químicos el adormecimiento de la mandíbula, cosa que debería hacer el narcótico en el caso de que su pureza sea alta. La gente la consume para estar en tensión, con los nervios de punta, atentos a cualquier injerencia en su espacio vital. Piensan que el polvo blanco es capaz de resucitar a los borrachos a punto de desplomarse, lo que no saben es que con esto consiguen el efecto contrario, amén de mermar su atención y los reflejos de gacela que creen conseguir al consumirla. También se toma para dar fluidez a ciertas conversaciones. Conversaciones que, siendo tú uno de los interlocutores, parece que pueden arreglar el mundo; acabar con la guerra, el hambre, hermanar a los pueblos. El sentimiento de empatía que inspira es tan grande que se imprime en todas las cosas que puedan pasar por el pensamiento, pero cuando finaliza este efecto, la realidad se cierne sobre el cerebro como los años setenta se cernieron sobre los sesenta en la costa oeste norteamericana; yendo éste último símil en honor a Thompson.
De esta manera, chácharas insensatas y llenas de imprecisiones se convierten en conversaciones al nivel de inteligencia del MI6, con la misma facilidad que ofrece el gesto de agacharse y aspirar un polvillo por la nariz.

Esto me recuerda una conversación entre dos conocidos míos. Los dos se llaman Cristian, y un día que todos decidimos dejarnos llevar por las dulces mareas del ácido, ellos decidieron entregarse a los efímeros encantos de las blancas líneas. Pertenecientes a dos generaciones diferentes, su relación siempre ha sido tensa. Uno se declara republicano, el otro es facha, como su padre. Esa noche, arropados por una manada de locos que se reía de las vueltas de las aspas del ventilador, se hermanaron bajo el virtual calor humano que ofrece un gramo de coca. Recordaron casi con lágrimas en los ojos, mientras esnifaban generosas rayas, los pueriles tiempos en que, por un tiempo, fueron vecinos del campo. Amantes los dos de la música electrónica, y de pasarse horas y horas de plantón en las discotecas, con un cubata en la mano y sorbiéndose los mocos continuamente, se recomendaron varios templos del tecno con un énfasis que rozaba el chauvinismo. Después de un prolongado rato de almibarado parloteo amistoso, los grandes compadres se fueron cada uno con sus respectivas amistades, dejándonos a los demás persiguiéndonos las sombras durante dos o tres horas más.

Unos meses después, los dos Cristianes se encontraron por la calle, mientras sacábamos los coches de un parking. Quedando aquella hermosa conversación hundida en el pozo ciego del pasado, las únicas palabras que se dirigieron el uno al otro fueron: Cristian, tienes que ir al gimnasio que te estás poniendo gordo- a lo que el otro responde sumisamente debido a la presencia de varias doncellas- es verdad, me estoy descuidando mucho el cuerpo. Un comentario cuyo tono estaría fuera de lugar en una conversación farlopera como la que tuvieron meses antes, en aquellas circunstancias era perfectamente normal, incluso jocoso. Todos reímos, yo también, pero me acordé de aquella noche y de aquel estrambótico diálogo que mantuvieron. Me di cuenta de cómo la droga agrupa bajo sus diferentes ramas a los consumidores. Lo que quiero decir es que, alguien que presenciase aquella situación desde fuera, vería que mientras la mayoría íbamos a bordo del submarino de los Beatles, estos dos sujetos, que nunca habían sido amigos, se hermanaban hasta el punto de darse varios abrazos en un lapso de tiempo de una media hora. Y todo gracias a los efectos de la blanca y dulce cocaína, que tiene la asombrosa capacidad de crear espejismos sociales y de hacer crecer amigos como setas en otoño. Pero espejismos que se desvanecen a la misma velocidad que la sangre que pasa por las venas de las sienes durante el síndrome de abstinencia, y amigos envenenados como amanitas phalloides.

Y como colofón, un video musical que ilustra lo que digo más arriba sobre la capacidad de la cocaína para hacer amigos. Con todos ustedes, La Polla:

domingo, 9 de noviembre de 2008

Esto es soma


El hombre. Aunque más que el hombre, su vida. Tan efímera y absurda en un principio, necesita de estímulos externos para desarrollarse. Para algunos, los llamados santos, esas motivaciones provienen de más allá de las nubes, de lo que ellos llaman divinidad. Éstos, con sus ejemplares vidas, sirven a la humanidad como ejemplo antropomorfo de ese acicate divino que habita en la estratosfera. Otros hombres, los iconos: políticos, históricos, artísticos, militares. Abrazaron voluntariamente ciertos estímulos ideológicos, rechazando otros, y los adaptaron a su causa. Ahora aparecen sus nombres en los libros de historia, junto al lugar y la fecha de sus hazañas. Dentro de la proverbial dicotomía entre bien y mal, los hombres eligen los estímulos que rigen sus vidas y que determinan sus futuros; policías, sicarios, enfermeros, terroristas, monjas.
Irvine Welsh comenzaba Trainspotting hablando precisamente de esto, de las motivaciones que se supone rigen, o deben regir, la vida de las personas de clase media-baja. Pero introduce su película (que recomiendo enardecidamente) presentando la alternativa a las bagatelas necesarias para el grueso de la población. Él lo llama no elegir la vida; reducir todas las motivaciones y estímulos externos a uno sólo que se disuelve en una cuchara.
Y de eso precisamente va a tratar este blog. Un conjunto de artículos que tratarán sobre la droga y su idiosoncrasia. Personajes que han hecho de los estupefacientes una forma de vida, subrayando los placeres más exquisitos y los padecimientos más horrendos. Una balumba de experiencias, propias y ajenas, acerca de este submundo que muchos temen como al infierno, frente a otros que se consumen en él. Tratado desde un enfoque intermedio, es decir, sin hacer apología ni demonizar; sería una hipocresía minimizar los daños que causa, como también lo sería negar los placeres que con ella se alcanzan.
Porque como aun no hay SOMA, con el que, según el mundo feliz de Huxley, medio gramo da para una hora de asueto, un gramo para un fin de semana, dos gramos para un viaje al bello Oriente, y tres para una oscura eternidad en la Luna, tenemos que conformarnos con observar los efectos de los narcoticos actualmente a nuestra disposición. Explicando lo que son, lo que hacen y cómo lo hacen, sin recomendarlo en ningún momento. Porque cada uno es libre de elegir y, como dice Escohotado, de piel para adentro cada uno es dueño y soberano.